La gastronomía como expresión del patrimonio cultural de Quito: un análisis desde su declaratoria como Patrimonio Mundial hasta su candidatura como ciudad creativa de la UNESCO.
La gastronomía como expresión del patrimonio
cultural de Quito: un análisis desde su declaratoria como Patrimonio Mundial hasta
su candidatura como ciudad creativa de la UNESCO.
Fabián Bedón Samaniego
Doctorando de la Universidad
Complutense de Madrid
fabedon@ucm.es
Resumen:
Quito ha aplicado un enfoque de conservación continua desde su
declaración como Patrimonio Mundial en 1978 (UNESCO, 1978), reforzado en 2011
por la Recomendación sobre el Paisaje Urbano Histórico (UNESCO, 2011). Su
candidatura como Ciudad Creativa en Arquitectura para 2025 integra la
protección del inmueble con la activación de la gastronomía tradicional como
“cocina viva”, reconociendo el valor de los espacios patrimoniales como
escenarios de creatividad urbana (Richards, 2011). Este modelo combina
salvaguardia material e innovación cultural, consolidando la identidad local y
promoviendo un desarrollo urbano sostenible.
Desarrollo:
El patrimonio cultural
agroalimentario de Quito se asienta en una red de conocimientos y prácticas
tradicionales que refuerzan la solidaridad mecánica descrita por Durkheim
(1997), donde las ferias de mercado —por ejemplo, EL Mayorista o La Ofelia—
funcionan como espacios de encuentro en los que productores, ahora con mayor intensidad
los intermediarios, cocineros populares y consumidores comparten valores y
rituales de intercambio que trascienden meros actos de compra. Estas prácticas
incorporan códigos y signos, según Berger et al. (1966), visibles en el uso de
utensilios de barro para preparar locro o en las varas de madera usadas para
ahumar cuyes, que no son simples objetos, también son símbolos de identidad y
memoria colectiva. Como bien señaló Franco (2004), la introducción de cazuelas
y ollas de piedra potenció la diversidad culinaria quiteña, permitiendo
innovaciones en sopas y mazamorras que hoy forman parte del imaginario local y
la creencia popular de “Levanta Muertos”, antes de la popularidad del
encebollado. Sin embargo, Marx (1967) alertaría sobre cómo la estandarización
de productos tradicionales, como el encebollado, puede transformarlos en
mercancías ajenas a sus comunidades de origen, transformando los lazos sociales
que sostienen el tejido agroalimentario. Más de una vez las nuevas generaciones
han internalizado a este plato elaborado con albacora como el plato central de
Quito.
Ilustración 1Espacio de venta de caldos típicos.
Restaurante de venta de caldos
típicos en el centro histórico de Quito (Cuenca y Rocafuerte).
Un ejemplo
claro de una guardiana de esta tradición es
Blanca Aymara, con más de sesenta años preparando caldos de guagrasinga
y yahuarlocro en el centro de Quito en la calle Cuenca y Rocafuerte, encarna la
función de las cocinas tradicionales como transmisoras de memoria colectiva y
cohesión social (Medina 2022). Su práctica de transformar cráneo de vaca en un
caldo elaborado de la “jeta del toro” como lo dice ella, ilustra el concepto de
“gustemi” de Lévi-Strauss, según el cual cada región desarrolla una unidad
culinaria distintiva (Lévi-Strauss 1964). Frente al riesgo de mercantilizar
estas tradiciones al incluirlas en circuitos turísticos, Moro advierte sobre la
necesidad de que su salvaguardia dependa de la transmisión voluntaria dentro de
la comunidad (Moro 2023). Estos caldos de guagrasinga fortalecen el tejido
social al brindar un sustento de un potaje levanta muertos a los obreros,
vendedores ambulantes y demás actores del sector informal que posibilita las
relaciones comerciales en el Centro de Quito. Apolito reafirma que sólo así se
salvaguardan auténticamente los conocimientos, técnicas y valores que sostienen
el patrimonio gastronómico (Apolito 2007).
Ilustración 2: Blanca Aymara, Cocinara Tradicional en
el centro de Quito.
Blanca Aymara portadora de los conocimientos
tradicionales de caldos en el Centro Histórico de Quito.
Para entender la dimensión simbólica de estas
prácticas es útil la metáfora de Lévi-Strauss (1964) sobre el paso de lo crudo
a lo cocido: en Quito, el ritual de cocinar fanesca cada Semana Santa codifica
la relación entre naturaleza y cultura. Otro portador de esta tradición en
Centro Histórico de Quito es Ricardo Sánchez, propietario del restaurante San
Ignacio, que ha mantenido esta transmisión y a la vez da de más sentido a los
bienes patrimoniales inmuebles, como es el caso de la casa de María Augusta
Urrutia.
Ilustración 3 Ricardo Sánchez, Presidente del Buró del Centro Histórico.
Ricardo Sánchez, propietario del Restaurante
San Ignacio junto a investigadores y
vecinos parte del Buró del Centro Histórico de Quito.
El Restaurante San Ignacio, alojado en la
restaurada Casa Museo María Augusta Urrutia, es una práctica de salvaguarda del
patrimonio alimentario de la capital ecuatoriana, cómo la arquitectura patrimonial quiteña
puede convertirse en un escenario vivo para la gastronomía tradicional,
apoyando a actual la candidatura de Quito como Ciudad Creativa de la UNESCO en
Arquitectura (2025). Al revalorizar un inmueble de la época de 1900, el
proyecto de Ricardo Sánchez integra a la “memoria construida” con la
creatividad gastronómica familiar, preservando espacios históricos que cumplen
funciones sociales y turísticas (UNESCO 1978; UNESCO 2011, UNESCO 2005). Esta
fusión de usos responde al nuevo modelo de gestión urbana que busca conservar
el tejido patrimonial mediante la innovación cultural y la “cocina viva” de
Quito —tal como propone Medina, al señalar que la alimentación actúa como acto
de resistencia cultural que vincula pasado y presente— (Medina 2017). Del mismo
modo, Richards menciona que las ciudades creativas aprovechan sus recursos
patrimoniales para atraer atención global y consolidar identidades locales
(Richards 2011), la estrategia de Quito de pasar de una gestión ortodoxa del
patrimonio mundial del Centro Histórico desde 1978 a una conservacionista con
tinte creativa y valorización de espacios. Así como la de experiencia del
espacio de San Ignacio pone en práctica la recuperación del Centro histórico
para los quiteños en general.
Ilustración
4: Palacio Casar Pose
Palacio Casar Pose con usos de comidas en la
actualidad, asadero de pollos Esquina de Ales.
La experiencia
etnográfica en la Esquina de Ales (intersección de García Moreno y Mejía)
ilustra la confluencia entre la necesidad de espacios para comer y el
patrimonio arquitectónico construyendo un “paisaje cultural” vivo. Por el valor
simbólico de tres dólares, el comensal ingiere un papi-pollo cuya textura
crocante en el Palacio: Casar Pose —mansión ecléctica de 1870 diseñada por
Ridder y Elbert— cuyos balcones de hierro forjado, cornisa de triglifos y
patios andaluces constituyen vestigios materiales de la élite quiteña
decimonónica. Este caso ejemplifica la integración propuesta por la UNESCO
(2011) para que los paisajes urbanos históricos incluyan expresiones culinarias
como forma de creatividad, promoviendo así una gestión holística y para nada
ortodoxa de la gestión del patrimonio mundial de Quito. Asimismo, confirma la
perspectiva de Medina (2017) de que la gastronomía actúa como acto de
resistencia cultural y de transmisión de memoria colectiva, y corrobora la
tesis de Richards (2011) sobre cómo las ciudades creativas movilizan sus
recursos patrimoniales —materiales e inmateriales— para generar experiencias
multisensoriales que refuerzan la identidad urbana.
Ilustración
5: Trabajadores del Asadero de Ales
Trabajadores del Asadero de Ales en Bien
Patrimonial Arquitectónico del Centro de Quito.
La industrialización y el turismo enfocado en
agradar a los europeos o estadounidenses corren el riesgo de homogenizar estas
prácticas, tal como advierte Horkheimer (1944), al imponer productos procesados
o de comida rápida que compiten con las recetas tradicionales. Frente a esto,
el territorio quiteño emerge como construcción cultural, en línea con Nates
(2020) y Boas (1938), donde los barrios patrimoniales, la región del Choco
andino y los páramos de Pichincha conforman un escenario de transmisión de
saberes y el centro histórico y barrios como la Mariscal y la Floresta un lugar
para comer.
El fuerte anclaje territorial —destacado por
Espeitx (2004)— se refuerza con las disposiciones del habitus descritas por
Bourdieu (2004), que se materializan en la convivencia de mercados, huertos
urbanos, sistemas agroalimentarios adaptativos (Collado et al. 2024;
Gardeazabal 2023. Y las nuevas propuestas de gestión de la ciudad como creativa
a nivel mundial y reconocimientos de productos típicos —propuestos por
Stranieri (2024)—, junto con procesos participativos que eviten las exclusiones
señaladas por Zocchi (2021), como la inclusión de asaderos de pollos o de
comida popular consolidan un territorio cognitivo (Boucher 2016; Tello 2017;
Dansero 2013) donde las normas de consumo —según Starck (2024) y Reckinger
(2022)— son vehículos de cohesión y por lo tanto de seguridad para la ciudad
con una demanda creativa tanto para propios y extraños.
Ilustración
6 Espacios gastronómicos en el Pasaje del Palacio Arzobispal
Espacios
gastronómicos en el Pasaje del Palacio Arzobispal del Centro Histórico de
Quito.
No obstante, Almansuori (2021) recuerda que la
presión de nuevos gustos puede erosionar la autenticidad, pero son necesarios,
como los espacios del Hotel Plaza Grande y Casa Gangotena, para otro tipo de
comensales, por lo que la Convención de
la UNESCO (2003) y el enfoque activo de Matta (2015) exigen políticas que
codifiquen la calidad diferencial y construyan la identidad histórica de
productos como el locro y la fanesca (Sanz Cañada 2016), enraizados en el
terroir andino descrito por Bowen (2014) y Parasecoli (2011) y en la primera
parte del presente artículo:
Conclusión:
Desde su
declaración como Patrimonio Mundial en 1978, Quito ha aplicado un modelo de
gestión centrado en la conservación del Centro Histórico, mediante inventarios,
regulaciones y programas de rehabilitación que protegieron su tejido
arquitectónico (UNESCO, 1978). Con la Recomendación sobre el Paisaje Urbano
Histórico de 2011, se incorporó la visión de paisajes culturales vivos,
integrando usos culinarios y sociales en el espacio construido (UNESCO, 2011).
La candidatura de Quito como Ciudad Creativa de la UNESCO en Arquitectura para
2025 apoya esta evolución: al reconocer la gastronomía tradicional como “cocina
viva” en escenarios patrimoniales, se promueve un modelo de gestión que combina
salvaguardia material e innovación cultural, alineado con los principios de
ciudad creativa de articular patrimonio e identidad local para el desarrollo
urbano sostenible (Richards, 2011; Medina, 2017).
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